martes, 3 de agosto de 2010

UN FACHA DE SIETE AÑOS por Arturo Pérez-Reverte

UN FACHA DE SIETE AÑOS
por Arturo Pérez-Reverte
EL SEMANAL,

Me interpela un lector algo –o muy– dolido porque de vez en
cuando aludo a España como este país de mierda. El citado
lector, que sin duda tiene un sentimiento patriótico susceptible
y no mucha agudeza leyendo entre líneas, pero está en su
derecho, considera que me paso varios pueblos y una gasolinera.
Le extraña, por otra parte, y me lo comunica con acidez, que
alguien que, como el arriba firmante, ha escrito algunas novelas
con trasfondo histórico, y que además parece complacerse en
recuperar episodios olvidados de nuestra Historia en esta misma
página, sea tan brutal a la hora de referirse a la tierra y a los
individuos que de una u otra forma, le gusten o no, son su patria
y sus compatriotas.

La verdad es que podría, perfectamente, escaquearme diciendo
que cada cual tiene perfecto derecho a hablar con dureza de
aquello que ama, precisamente porque lo ama. Y cuando abro
un libro de Historia y observo ciertos atroces paralelismos con
la España de hoy, o con la de siempre, y comprendo mejor lo que
fuimos y lo que somos, me duelen las asaduras. Aunque, la verdad,
ya ni siquiera duelen Al menos no como antes, cuando creía que la
estupidez, la incultura, la insolidaridad, la ancestral mala baba que
nos gastamos aquí, tenían arreglo.
La edad y las canas ponen las cosas en su sitio: ahora sé que esto
no lo arregla nadie.

España es uno de los países más afortunados del mundo, y
al mismo tiempo el más estúpido. Aquí vivimos como en
ningún otro lugar de Europa, y la prueba es que los guiris
saben dónde calentarse los huesos. Lo tenemos todo, pero
nos gusta reventarlo. Hablo de ustedes y de mí. Nuestra
envilecida y analfabeta clase política, nuestros caciques
territoriales, nuestros obispos siniestros, nuestra infame
educación, nuestras ministras idiotas del miembro y de la
miembra, son reflejo de la sociedad que los elige, los aplaude,
los disfruta y los soporta. Y parece mentira.

¡Con la de gente que hemos fusilado aquí a lo largo de nuestra
historia, y siempre fue a la gente equivocada! A los infelices
pillados en medio. Quizá porque quienes fusilan, da igual en
qué bando estén, siempre son los mismos.

P ero me estoy metiendo en jardines complejos, oigan. El que quiera tener su opinión sobre todo eso, acertada o no, pero suya y no de otros, que lea y mire. Y si no, que se conforme con Operación Triunfo, con Corazón Rosa o con Operación Top Model, o como se llamen, y le vayan dando.
Cada cual tiene lo que, en fin, etcétera. Ya saben. Por mi parte, como todavía me permiten y pagan este folio y medio de terapia personal cada semana –es higiénico poder morir matando–, me reafirmo un día más en lo de país de mierda.
Y lo voy a justificar hoy, miren por donde, con una bonita anécdota anecdótica. Una de tantas.
Verán. Un niño de siete años, sobrino de un amigo mío, observando hace poco que varios de sus amigos llevaban camisetas de manga corta con banderas de varios países, la norteamericana y la de Brasil entre ellas –algo que por lo visto está de moda–, le pidió al tío de regalo una camiseta con la bandera española. «Van a flipar mis amigos, tito», dijo el infeliz del
crío.

Según cuenta mi amigo, el sobrinete bajó al parque como
una flecha, orgulloso de su prenda, con la ilusión que en
esas cosas sólo puede poner una criatura. A los diez minutos
subió descompuesto, avergonzado, a cambiarse de ropa.
El tío fue a verlo a su habitación, y allí estaba el chiquillo,
al filo de las lágrimas y con la camiseta arrugada en un rincón.
«Me han dicho que si soy facha o qué», fue el comentario.

¡Siete años!, señoras y caballeros. La criatura. Y no en el País
Vasco, ni en Cataluña, ni en Galicia. ¡En la Manga del Mar Menor!
provincia de Murcia.
Casualmente, y sólo una semana después de que me contaran esa
edificante historia infantil, otro amigo, Carlos, gerente de un
importante club náutico de la zona, me confiaba que ya no encarga
polos deportivos para sus regatistas con el tradicional filetillo de la
bandera española en las mangas y en el cuello. «En las
competiciones con clubs de otras autonomías –explicó– están mal vistos.»
Dirán algunos que, tal y como anda el asunto, podríamos mandar
a tomar por saco ese viejo trapo (nuestra bandera) y hacer uno distinto.

Al fin y al cabo sólo existe desde hace dos siglos y medio.
Podríamos encargarle una bandera nueva, más actual, a Mariscal,
a Alberto Corazón, a Victorio o a Lucchino. O a todos juntos.
Pero es que iba a dar igual. Tendríamos las mismas aunque
pusiéramos una de color rosa con un mechero Bic, un arpa y
la niña de los Simpson en el centro; y en las carreteras,
el borreguito de Norit en vez del toro de Osborne.

El problema no es la bandera, ni el toro, sino la puta que nos parió.

A todos nosotros.
A los ciudadanos de este país de mierda.

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